Este ejercicio de psicodelia no dista mucho de la distopía proyectada por nuestros políticos, los que prevén celebrar unas elecciones capitalinas donde la apertura de una persiana se ha confundido con la libertad. En beneficio de su rédito electoral, los dirigentes pretenden levantar las medidas sanitarias y proyectan con arrestos una falsa normalidad de mimbre que debe sostener el trasero de una pandemia de dimensiones bíblicas.

Con la osadía del teniente coronel de pañuelo amarillo que surfeó en plena guerra, nuestros representantes se han puesto el disfraz de Rocket Man para echar el cierre a negocios corrientes y, mientras tanto, promover que su industria política no pare. De este modo, se ha privado a un camarero catalán o madrileño de la regularidad en el trabajo pero se le ha invitado a “celebrar la democracia” a pie de urna. 

No obstante, al compás al que crece el musgo en el atril de La Moncloa, el día 9 perecerá el estado de alarma y, sin capacidad de maniobra para los mandatarios autonómicos, la bala estará en el fusil de cada uno. Luego llegarán las odas a la responsabilidad ciudadana y la acusación pública a cuatro chavales que posados en una azotea absorben con premura un trago de juventud.

Como relata Apocalipsis Now, nos enviarán a la “guerra” con un Marlboro en el bolsillo y la tabla de surf en el maletero. ¿Es posible que recapaciten? Sí, por supuesto. Nuestros representantes son poetas ilustrados en el arte del “donde dije digo, digo Diego” y una vez pasado el 4 de mayo, día del voto madrileño, pueden sacarse de la manga alguna treta legal para contener los últimos coletazos del coronavirus. Recuerden que utilizan el argumento de la Constitución cual monolito inamovible en 2001: Odisea del espacio pero la reforman silenciosamente cuando lo necesitan.

¿Sería viable que hiciésemos el último esfuerzo y guardásemos cierto celibato social hasta la noche de San Juan? Con el poso científico del que se quedó en la disección del sapo, opino que así daríamos la última estocada al virus. Sin embargo, para un bolsillo roto como el nuestro, sería irresistible, en el sentido malo de la expresión. Primero porque, como dice el viejo proverbio capitalista, “lo prometido es deuda” y los fondos europeos requerirán de algún tipo de retorno y por ende más pobreza para el españolito medio; y segundo porque somos lentos además de pobres, no se ha dotado de un "Plan Marshall" eficaz para sostener los negocios y simplemente no era el momento de engrosar una burocracia que ya es obesa de por sí.