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Lluís Domènech
Miércoles, 23 de Septiembre de 2020 Tiempo de lectura:

Matar al mensajero 2.0

La citación no me pilló por sorpresa, no en vano me había forjado un poso valioso en mi adolescencia. En mi época de vándalo aficionado había sido un “uno fijo” en los debates a una voz del despacho del director, logré tal habilidad que conseguí alguna medalla sin valor en el mundo de los adultos.

La excitación tampoco quebró mi mal pensar habitual y pronto entendí que el autor se dio cuenta que se había metido en un jardín sin flores y, tras una mañana de gloria como a la que cantan los hermanos Gallagher, debía recoger cable por la noche al estilo del que pregunta por el matrimonio a un recién separado. 


En la búsqueda de una “pastilla del día después” para secar el charco en que se había metido, el emisor decidió acusar a un servidor, y por ende al que facilita el papiro. No era nada nuevo, lo habitual en estas polémicas es matar al mensajero y, por ejemplo, dar una información interesada y después negar la mayor ante la imposibilidad de ganar el órdago.

En este caso, el causante también intentó imponer su status quo para evadir el hecho noticiable, desprestigió mi cometido y ensalzó su cargo hasta niveles celestiales, promulgó la comedia hasta exceder la competencia y emular a algún personaje principal de la película Bananas de Woody Allen.

Al igual que Amy Winehouse no inventó el rhythm and blues, pero acercó a mi generación hacía ese estilo musical bendecido, esta polémica tenía peculiaridades llamativas en la forma de echar los balones fuera y no disculparse ante el colegiado cual Fernando Hierro en el Santiago Bernabéu. 

Primero levantó la liebre mediante una comunicación clásica, al estilo de un barrio en fiestas, y más tarde tomó canales más sofisticados pero sin posibilidad de feedback. Ese dominio comunicativo y esa forma de rememorar el blanco y negro en plena era del color me ganó. Me vi frente a frente ante el arte de “matar al mensajero 2.0”, por ello solo puedo confesar al genio de la creación una terrible admiración y dedicarle un chapó. (Posdata: Insto al lector a que cierre Facebook y se compre un altavoz porque las palabras se las lleva el viento).
 

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