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Lluís Domènech
Miércoles, 02 de Octubre de 2019 Tiempo de lectura:

La otra cónica de dos conciertos: Historias no contrastadas de Onda

Aquel final de verano todos pensábamos que los Rolling Stones harían un concierto en El Ejido. Estaba firmado y anunciado en prensa, los fans movían el culito cual fox terrier cuando le tiran la pelotita y, por las fechas del anuncio, yo estaba en una rueda de prensa en el Ayuntamiento.

No recuerdo qué cargo ostentaba el edil que venía a vender humo aquella mañana pero, por aquel entonces, ya se habían cargado la figura del concejal de Fiestas y habían implantado el Consell de Festes, que serviría como parachoques de cualquier discrepancia del populacho con la semana de fiestas. Supongo que dicho individuo sería edil de Ciudadanía, Juventud, Cultura, Participación o algo así… de hecho únicamente me acuerdo de él por ese día.


Recuerdo que durante la previa de la comparecencia ante los medios, como no, se comentó la noticia de los Stones. Uno de nosotros, del bando de los juglares, cometió el pecado capital al hacer un apunte sobre el tema al gran patricio romano (elegido en masa por el pueblo llano).


Mi compañero únicamente le recordó con acierto que si El Ejido (provincia de Almería, ciudad de Andalucía y tierra de spaguetti western) con 75.000 habitantes podía traer a los Stones, Onda (ciudad dormitorio, apocalipsis del ocio nocturno y zona acústicamente saturada de silencio) con 25.000 almas censadas, podía traer a un grupo para Fira que costara un tercio que los británicos… que seguro que con ese montante podríamos tener aquí al grupo más caro de España o a una estrella internacional.


El concejal, no se si por el desconocimiento de quién eran los Rolling Stones o por la mediocridad derivada de su divinidad, utilizó la sorna para tratarnos de ingenuos a todos los ‘corre, ve y dile’ que habíamos corroborado la versión del camarada.


Creo que nos trató de locos porque en su sano juicio no habían hecho mella los torpedos lanzados por el grupo de la lengua en los años 60 y, quitado de alguna voz aduladora de la autoridad e interesada en el patrocinio, el resto de la sala sí habíamos estado dentro del tornado con Jumpin’ Jack Flash.


Aquel día comprendí que ese octubre sería recordado por tener el mejor toro de la provincia y la mierda más grande encima del escenario, pero también supe que el único mérito que había hecho el parlanchín para sentarse a la otra parte del micrófono eran no llevar la contraria al emperador romano de turno.


También sentí que, en aquella época, los políticos nos veían a los ciudadanos como alumnos a los que adoctrinar… debían pensar “yo te diré lo que es cultura” y de aquellas aguas estos lodos…, porque en materia de ocio nocturno estamos más ‘afrancesados’ que los ‘bro’ de Montendre.


Desde aquellos maravillosos años podemos descansar como un bebé en una residencia de la tercera edad y en el Ayuntamiento no constan quejas vecinales de los verdaderos votantes, los mayores (porque los jóvenes no votan y no interesan).


Para tener contento a ese electorado único y dispersar el ruido, se envió a los jóvenes a bailar fuera de los dominios territoriales, se promulgaron leyes de “convivencia” que privaron de la calle a sus históricos dueños y no se afrontó la alegalidad de los casales de todo el año, puesto que estos mantienen hermético el humo de la inhibición silenciosa.
En resumen, el problema es que a los de arriba nunca les ha gustado Sympathy For The Devil

 

(Por cierto, el concierto de los Rolling Stones en El Ejido no se celebró ese año por algún motivo extraño, en este caso no sé si fue porque Keith Richards cayó de un cocotero o porque el hermano Calatrava no estaba disponible para sustituir a Mick Jagger, que ese día tenía una recepción en Buckingham Palace para recibir una medalla, degustar una ginebra o algo así…).

 

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