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Lluís Domènech
Viernes, 19 de Abril de 2024 Tiempo de lectura:

Más Cranberries y menos resiliencia

Resiliencia es de esas palabras que ponen de moda con rimbombancia y sustituyen a expresiones como “aguantar carros y carretas” o vocablos que entendemos todos como “resistencia”.

El limpiaparabrisas volvía al trabajo después de meses en reposo, era un día especial. La lluvia, suave y abundante, alcanzaba cada poro del asfalto y, no menos inusual, fue que la voz de Dolores O'Riordan sonara en la radio. 


Había llegado hasta ese dial huyendo de la vorágine matutina, colmado de cierta política y hastiado de la crispación. Como el limpiaparabrisas, ese día tenía bastante trabajo y no quería que el barro me salpicara la mirada. 


La canción era Animal Instinct y no hacía falta llevar los anteojos a primera hora porque el sol no cegaba el trayecto. Comprendí que la realidad era la madre, que había aparcado momentáneamente mal el todoterreno híbrido para que su hijo entrara seco y permeable de conocimientos a la escuela, y el currante, que esperaba con normalidad su turno para cargar su furgoneta de trabajo. De combustión diesel por cierto. 


Entendí que la vida es el día a día y que los protagonistas del informativo que había desestimado son una suerte de marcianos que apelan a la “resiliencia” de los comunes, mientras se quejan de la ausencia del chófer. (Apunte: en su día sucedió con “emprendedurismo”. Resiliencia es de esas palabras que ponen de moda con rimbombancia y sustituyen a expresiones como “aguantar carros y carretas” o vocablos que entendemos todos como “resistencia”).


Mientras aún sonaba The Cranberries me dio tiempo a recordar aquel artículo que leí sobre el autor de El Señor de los Anillos. En teoría se inspiró una visita al Condado de Clare para crear la afable Comarca de los hobbits.
Aunque un documental de La 2 narraba que J.R.R Tolkien, horrorizado con la revolución industrial, había hecho su pequeño homenaje al campo inglés de las inmediaciones de Birmingham, cada vez más reducido. En todo caso, con la lluvia y la música, no podía pensar en otro lugar que no fuese Irlanda.


Las palabras de O'Riordan cesaron prácticamente a la par que mi trayecto matutino. Salía de mi burbuja y sabía que el día no sería tan onírico, por mucho que chispeara con vehemencia. 


Aquel hombre, que esperó sin muesca de ira a que el niño entrara en el colegio, me escenificó la la plenitud que brinda la empatía. También pensé que somos más, los de la furgoneta diesel y los del apuro para conciliar la llegada al puesto de trabajo, que los que pueden permitirse tergiversar la realidad.


Por ello, me pregunto qué carajo hacen discutiendo dos vecinos en el bar de abajo, enarbolando unos colores, mientras los que han provocado el revuelo pueden estar perfectamente a 500 kilómetros de aquí, en el reservado de una marisquería de cháchara. Así decidí que, al menos para aquella tarde de lluvia, más Cranberries y menos resiliencia. 
 

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