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Lluís Domènech
Martes, 25 de Junio de 2019 Tiempo de lectura:

La otra crónica del aislamiento: Bansky nunca eligió Onda

Hace algún tiempo salí de casa en sesión vespertina para cubrir una ‘no-noticia’, tuve que hacerle una sesión de ‘coaching’ a la cámara de fotos para que quisiera acompañarme al desentender porqué su diafragma tenía que obturar aquella tarde… (Apunte: el coaching es al capitalismo lo que el látigo para el antiguo Egipto, algo que el Sistema utiliza para que los esclavos construyan las pirámides más motivados).

El camino hasta el punto ‘X’ del pueblo fue comparable al de Sam y Frodo para quemar el anillo: Pese a ser invierno hacía calor (de la mala, no al estilo de la canción de Los Rodríguez); la localidad, al igual que en El Señor de los Anillos, estaba ambientada en un pasado distópico (en este caso sin fantasía); y al final de todo aguardaba Mordor  con un público concentrado en rendir pleitesía a la apariencia, al estilo ‘instagramer’ de los años 50…


Para tal travesía olvidé lo que me esperaba, cometí el error de no ponerme el disfraz de ondense y vestí similar al modo que lo había hecho un par de sábados antes ante varios millares de almas extraviadas de fuera de la comarca.


En un traspiés me asaltó un varón de mediana edad pero autoconsiderado joven, alguien de bien catalogado como “progre” (son los más peligrosos porque se creen modernos y no saben que estamos ya en la posmodernidad), iba camuflado acorde a la ocasión en una muestra única de “saber estar”, algo que pronto desmintió su lengua.


El ciudadano ‘X’ utilizó la vergüenza que estaba sufriendo por participar de esta “fiesta swinger de la casta” para arremeter con sorna sobre mi ‘outfit’ elegido. Celebro que mi cerebro desestimara entablar un duelo verbal con él, al estilo la ‘trilogía del dolar’ (ambientado con música de Enio Morricone pero sin ponchos). Enfundé mi revolver Colt, regurgité el poso que me otorgan mis 16 apellidos ‘ondeños’ y reforcé su autoestima con un par de frases vacías, protocolarias y políticamente correctas. Todo ello con la dignidad característica del que perdió la guerra.


Luego me sentí orgulloso porque un par de “balas” sobre su ‘look’, al estilo de ‘Mauri’ (el vecino molón interpretado por Luis Merlo en la serie Aquí no hay quien viva), me hubiesen bastado para dejarlo noqueado delante de su público y, a posteriori, me habría invadido la resaca emocional.


Además, ya estaba todo dicho desde hacía un par de sábados. Ya lo había cantado Carolina Durante en su tema Cayetano (“siempre tres botones desabrochados…”, “la finca en…”, “el puestazo en…”, “está ‘to’ pagao…” ,“todos mis ‘vecinos’ se llaman…”).


Durante la vuelta lo analicé y extraje la conclusión:  el vecino ‘X’ sufre el síntoma que padecemos todos,  el aislamiento producido por la necesidad de salvar 137 rotondas  para abandonar el ‘far west’ y llegar al este, donde el Mediterráneo refresca las ideas; la nulidad de la Panderola nos aleja del mundo; y, sobre todo, acusamos el vacío espiritual causado porque Bansky nunca eligiera nuestras calles para reivindicar algo.


Para nosotros la palabra ‘graffiti’ se asocia antes a un modelo de azulejo, que a una expresión artística y únicamente tendríamos que mirar a los los ojos a la moderna ruralidad de Fanzara para darnos cuenta de lo contrario (Pdt: no es mi deseo incitar a que mañana las paredes estén invadidas de ‘Pacos x Natalias’ o dibujos al estilo de un niño de 5 años).


¿Cómo es posible que en la ciudad de la cerámica no tengamos tres esculturas de trencadís por calle?, ¿por qué la obra de Manolo Safont, el más ilustre de nosotros, se aleja del centro de la urbe?, ¿qué argumento provoca que los bares tengan que hacer los conciertos a escondidas de la ley?, ¿por qué se dejó cerrar la “salita” de exposiciones del antiguo ayuntamiento?, ¿cuál es el impedimento para traer las fotos de Jose Luis Santalla a nuestras exposiciones?, ¿qué olvidamos ofrecer para que nuestros jóvenes salgan de los casales?…


Obviamente sabemos que no somos el Institut Valencià d’Art Modern (IVAM), pero creo que tampoco somos Villar del Río (pueblo de Bienvenido Mr Marshall) o el retrato hecho por Luis Buñuel en Las Hurdes, tierra sin pan.
 

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