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Lluís Domènech
Miércoles, 04 de Diciembre de 2019 Tiempo de lectura:

La otra crónica de la consulta: ¿Qué vamos a hacer ahora?

Sin tener ningún tipo de certeza puedo afirmar que hace unos días media docena señores de mediana edad ataviados con un traje de una talla más y la tela acortada en las extremidades se vieron en algún despacho ornamentado con madera y alguna bandera constitucional para decidir que los 25.000 pueblerinos no debían elegir el futuro de su pueblo.

A eso de las diez de la mañana el tema llegó a las manos del Consejo de Ministros reunido en el Palacio de la Moncloa. La pregunta al unísono de los 15 guerreros ‘jedi’ en funciones fue “si existía un municipio en España que se llamara ‘Honda’ como las motos que conducen ellos en vacaciones”, los seis señores les explicaron cómo se escribía ‘Onda’ sin hache y les invitaron con vehemencia a que denegaran la petición de consulta popular sobre el vertedero.


A los herederos de butaca de Alfonso Guerra y Manuel Fraga el referéndum ondense les sonó a chiste y, a alguno de la mesa que había estado en el espacio, a ‘marcianada’. Como buenos chicos (que por eso están ahí) hicieron caso al sistema: denegaron la petición de la Galia, recogieron los bártulos y se fueron de fin de semana.


Tampoco pueden reprochar más a los ministros porque el propio cargo es el que les separa del ciudadano medio, les acerca a una urbanización con seguridad en el norte de Madrid y les pone por vecino a algún empresario de pelotazo o algún erudito de la pelota. 


Al sábado siguiente el político ‘X’ se despojó del cargo público, tomó la condecoración de su partido para orar ante fervientes seguidores con una camisa blanca por fuera, se bajó de un coche híbrido y afirmó que el cambio climático es el reto de los próximos años. Sin embargo, los que de verdad nos sentamos en el suelo no podemos decidir cómo se ensucia nuestro culo.


Sin estar en la mesa donde se tomaron las decisiones, creo en lo más profundo de mi ser que la decisión para que Onda continúe siendo la puerta de la Serra d’Espadà y el almacén de la basura de una cincuentena de localidades es política y simple: Imaginen que votamos y sale que no queremos más basura aquí, pues al alcalde de un pueblo vecino que le toque asumir un vertedero en su término pierde de por vida su oficio porque no lo votaría ni su novia del instituto. 


Sin embargo aquí, tras un acuerdo en despachos colindantes de la Diputación, nos lo pusieron en los años 90 y callamos. En los 2000 invadimos Fanzara para ponernos una camiseta negra y clamar contra el vertedero que iban a poner muy cerca de nuestras casetas. La pregunta es evidente: ¿Qué vamos a hacer ahora?
 

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